Esa gran comentarista política que es Lola García nos recordaba este domingo desde 'La Vanguardia' aquella frase de Puigdemont cuando, fugado, salía a su particular exilio, diciembre de 2017: "España tiene un pollo de cojones", dictaminó entonces, no sin cierta razón, el ex president de la Generalitat catalana. Lo que ocurre es que entonces, como siempre distraído con el dedo que apunta a la luna y sin ver la luna, el país no tomó conciencia de hasta qué punto ese 'pollo' tenía más bien el tamaño de un pavo gordo. Creo que ahora, más de un lustro después, vamos tomando conciencia del volumen del 'pollo', del que sin duda Puigdemont tiene una cierta responsabilidad, cosa con la que él, a quien lo que sucede en España le importa un bledo, debe de estar feliz. Y esta semana que ahora comienza volveremos, ay, a constatarlo.
Porque esta semana, concretamente el jueves, vence el plazo para que la Comisión de Justicia del Congreso apruebe el texto de la proposición de ley orgánica de amnistía, que pasaría a la sesión plenaria de la semana siguiente, el día 12, para su aprobación y pase al Senado. Tal aprobación significaría, claro, que las nuevas negociaciones, que se llevan a cabo con el consabido secretismo entre Madrid y Waterloo, han llegado a buen puerto, o al menos al puerto deseado por Pedro Sánchez, que vería así prorrogada, al menos por unos meses, su estancia en La Moncloa. Un discurso de Puigdemont este sábado, aludiendo algo nebulosamente a una 'nueva etapa', superado el 'exilio', abonaría la creencia generalizada de que el acuerdo entre el PSOE, es decir, el Gobierno central, y Junts, o sea, Puigdemont, es ya un hecho: los siete escaños de JxCat se volcarán, si no hay sorpresas, que siempre puede haberlas, por el 'sí'. A saber con qué nuevas condiciones y exigencias llegadas de Waterloo, claro.
Y es entonces cuando comenzará, en lugar de finalizar, la verdadera etapa de inestabilidad, el auténtico 'pollo', por si lo de hasta ahora fuese poco. Ni el PP, ni Vox, ni el Senado, ni los jueces del Supremo, ni una parte de la opinión publicada, ni una parte de la UE, diga lo que diga la Comisión de Venecia --que no está tan claro lo que dice como el Gobierno quisiera--, van a dejar pasar así como así la cosa. Ni el regreso impune de Puigdemont está, porque las acusaciones de terrorismo aún colearán y el Senado dilatará todo lo posible el paso de la ley por la Cámara Alta, garantizado a tiempo para que concurra a las elecciones europeas, que son el próximo hito político para Cataluña, para el resto de España y para Europa. Esa Europa que "se prepara ya para un escenario de guerra", según los titulares de los periódicos más influyentes. Esa Europa cuya alma "está en peligro" de caer en manos ultraderechistas, según Pedro Sánchez, quien ve que en las inminentes elecciones europeas la derecha va a avanzar y la socialdemocracia, o al menos 'su' PSOE, a retroceder.
Un pollo de cojones, sí, y eso que aún no he hablado de los 'rescoldos del caso Koldo', que salpica hasta a la mujer del presidente del Gobierno, hasta a la presidenta del Congreso --tercera autoridad del Estado, que trata de escapar del agobio de los preguntadores periodistas--. Un 'pollo' que hace que, desde la oposición, se interrogue formalmente al presidente Sánchez por las actividades 'de negocios' de su esposa y que se pida solemnemente la dimisión de la presidenta de la Cámara Baja, aunque ninguna de ambas culpabilidades esté aún constatada formalmente. Hay quien podría pensar que el 'pollo' lo tienen montado Sánchez y quizá su entorno más inmediato, pero yo tengo, por una vez y sin que sirva de precedente, que dar la razón a Puigdemont: quien tiene montado un pollo de cojones es España. A ver quién, y cómo, le pone el cascabel al gato, digo al pollo.