No es un círculo vicioso, pero funciona igual. Tres elementos en tres vértices se retroalimentan y no dejan vislumbrar posibilidad de salida. Se trata de los medios de comunicación, primero. De los actores políticos. Y en el tercer vértice el público, el espectador, los receptores del mensaje, la audiencia.
Los actores dicen una barbaridad o cometen un acto ilícito o extravagante, o se produce un hecho macabro. Los medios lo reproducen con fruición, buscando conseguir la máxima audiencia para sus medios. El público, morboso, no deja de acercarse a ver, a escucharlo, a leerlo. Unos saben que salen en las noticias si hacen algo ruidoso, otros saben que si lo reproducen ganan audiencia, los terceros, la audiencia, mete su nariz morbosa.
El resultado: la tele-basura, el estrellato de los políticos exagerados o violentos, la búsqueda de bronca para llamar la atención, la lucha por puro prestigio, el nivel de diálogo inteligente inexistente, el propio nivel intelectual que se evaporó, la miseria de las noticias del telediario, o su inocuidad, cómo dedicar a la meteorología más tiempo que al resto. Se acabaron los programas de libros, las entrevistas a gentes con ideas innovadoras, el espacio dedicado a los brillantes actos de los científicos.
Todo queda oscurecido por una avería, una explosión, un accidente, un acto de violencia (con el pueril reclamo de «puede herir la sensibilidad»), unos insultos en un pleno o en un hemiciclo.
Es lo mismo que en la violencia escolar. Se pone el énfasis en el maltratador o los maltratadores. Pero ellos no triunfarían sin un maltratado que consiente al maltrato, siempre y cuando no sea porque es demasiado vulnerable y sin defensas yoicas.
Pero tampoco existiría acoso sin público, sin asistentes al fenómeno.
Se torna muy difícil salir de estos triángulos.
Ni las buenas noticias crean más lectores de periódicos, ni los debates serenos acercan al público a la política. Pero es que el público resultante de décadas de deterioro de la vida intelectual está dispuesto a prestar atención a lo que incluya respeto silencioso por la sabiduría, por las ideas.