Le doy a usted mi palabra de honor de que no tengo la menor intención, ni desde luego la menor capacidad, de contribuir a la caída de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España. Si le digo la verdad, tampoco es que arda en deseos de ver esta caída, más allá de las emociones que todo periodista experimenta ante las noticias sensacionales: creo que puedo vanagloriarme de estar situado en una posición de razonable escepticismo, que, desde luego, no puede cegarme a la hora de la crónica política. Y esta crónica indica que sí, que Sánchez puede tener que anticipar elecciones generales antes, bastante antes, del fin de la Legislatura, que se sitúa en horizonte tan lejano como 2027. Y entonces se abriría, se abrirá, una era de cambio profundo ante el que, créame, tampoco se acorta mi distanciamiento de esta pelea política cainita que nos gastamos en este país nuestro.
Y ¿por qué podría precipitarse la caída de Pedro Sánchez? No, desde luego, por un 'caso Koldo' cuyos perfiles penales se me antojan difusos: probablemente, como tantos otros 'affaires', se diluirá en el tiempo y un escalón más alto ocultará la miseria y fealdad del peldaño actual. ¿Los compromisos empresariales de Begoña Gómez? Claro que tampoco; diría yo que incluso existe una especie de pudor a la hora de combatir contra la esposa del presidente del Gobierno, por más antiestético que pueda parecer su comportamiento, ajeno, en todo caso, al Código Penal. Y, si le digo a usted toda la verdad, no creo que la gobernación de Sánchez, en sentido estricto, merezca un reproche generalizado, una moción de censura en su conjunto. ¿Entonces?
Entonces, creo que lo que precipitará a Sánchez a las malas páginas de la Historia será, muy en concreto, su gestión de la amnistía, que ha dividido en dos al país, ha obligado a que quien dijo digo -que era inconstitucional- diga ahora Diego -o sea, que sí se ajusta a la Constitución, y mucho--, o dogo, o daga. La cesión legal para que Puigdemont y compañía puedan retornar ha sido tan inmensa, se ha saltado tantos controles, fronteras, líneas rojas y carteles de 'prohibido' que la cosa no puede acabar como si nada, con el ex de Waterloo paseando tranquilamente por Gerona predicando la inmediata ruptura con 'Madrid'.
El Consejo del Poder Judicial, el Tribunal Supremo, la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, las asociaciones profesionales de jueces y fiscales, la Abogacía del Estado, los letrados del Parlamento, los consejeros de Estado, las propias Cámaras Legislativas, para no citar a la opinión pública y publicada, se han partido en dos en torno a una cuestión que está lejos, como es obvio, de ser una más. Nunca, desde la restauración de la democracia, tan intensas las dos Españas como ahora. Nunca he percibido tanta preocupación en los estamentos de poder, de los diversos poderes -peor engrasados que jamás--, por lo que pueda ocurrir y ocurrirles con unas instituciones desfondadas, maltratadas, con una Constitución que nadie respeta en puridad, y sé muy bien lo que digo.
Ignoro lo que ocurrirá con esos comisiones de investigación parlamentaria, tan falsarias, sobre la corrupción de las mascarillas; probablemente, nada. Un juego de artificio más que desacreditará, si cabe, al Parlamento y a la clase política. También ignoro, claro, cuál será el resultado último de las tres comparecencias electorales de esta primavera, una de ellas tan cercana ya como la del País Vasco. Sé que esos resultados tendrán, como es lógico, reflejo en el ánimo político de quienes son nuestros representantes o sus aliados: ¿cómo pensar que Puigdemont -que ha prometido abandonar la política si no sale de esta como president de la Generalitat--, o Esquerra, o Feijóo o, sobre todo, Pedro Sánchez van a salir incólumes del gran atolladero nacional? ¿Sería concebible creer que esta situación alterada podría prolongarse aún tres años más con todo lo que ha ocurrido en apenas cinco meses desde que Sánchez fue investido y con todo lo que, previsiblemente, va a ocurrir?
Las alianzas de gobierno se debilitan -no sé si podría decirse con certeza que el pacto del PSOE con los independentistas catalanes se mantiene aún incólume- y el propio socio principal, Sumar, se halla en una caída libre que le hará replantearse si le conviene seguir siendo un apéndice del socialismo en el poder; el poder judicial se arma frente al Ejecutivo, que ya no puede seguir asistiendo impávido al enorme pudrimiento de la situación; el poder Legislativo ha caído en un absoluto descrédito. Imposible, incluso para el mago Sánchez, un fuera de serie en cuanto a resiliencia, mantenerse mucho más tiempo así. Y el gran acelerador de todo va a ser esa gran polémica sobre la amnistía, que aún nadie puede predecir cuándo va a entrar de veras en vigor, si es que alguna vez lo hace. Sí, Sánchez puede caer, y he oído a aliados, por ejemplo del PNV, hablar de posibles elecciones generales ya en otoño (a mí, demasiado pronto me parece, pero en fin*).
Ignoro si la solución al atasco sería que Sánchez se fuera; no estoy seguro. O que cambiasen los rostros de los interlocutores principales, que, por cierto, ni siquiera lo son, porque no pueden ni verse, aunque ahora se hable de un acercamiento táctico entre ellos. Pero, desde luego, lo que no es una solución es seguir así, a este ritmo de degeneración política.