Dice mi amigo y compañero Luis Molina Vivas en su novela Soluciones al adulterio que «el único hombre que siempre sabe dónde está su mujer es el viudo». Tiene razón. El adulterio es un arquetipo, un patrón, un modelo conductual, un paradigma, que está situado en una esfera por encima de lo consciente, en el inconsciente colectivo de Jung, y por lo tanto es inaccesible para modificarlo o suprimirlo, solo podemos soportarlo. Y en ese caso, es posible heredarlo, sufrirlo obligados, ¿sin poder cambiarlo? El adulterio, como conducta ha sido al menos denostado, desde el código de Hammurabi a Roma por daño al patrimonio familiar. Modernamente enunciado en la Bovary y ahora con el empoderarse la mujer se plantea como liberalización de la posesión del varón, o del estado, como en la distopía de El cuento de la criada y Los testamentos, de la premiada Príncipe de Asturias, Margaret Atwoord. El adulterio que fue delito en España se suprimió con las parejas de hecho en 1978 y ya despenalizado, las causas de separación ni lo tienen en cuenta. Pero ahora, el adulterio cobra una nueva dimensión. La biomedicina establece que la causa del adulterio está en el gen DRD4, que libera la dopamina. Como consecuencia podría ser eximente en alguna conducta, como la del preso número 9 de Baez, tan apreciado en los penales que algunos han suprimido esa celda. En todo caso debe mantenerse intocable que no somos propietarios de la pareja, ni se puede vivir uno contra otro, como ordena «el muro» político, o «la insoportable levedad del ser» de Kundera, porque la fuente de conflictos terminaría en la anticipada muerte. Y siempre se puede recurrir al adulterio como arquitectura romántica, exaltación de lo bello, liberación sexual como en El amante de Lady Chatterley de D. Herbert Lawrence, elogio de la poesía. Así se expone al final de la novela de Molina con el trío para rebrotar la pareja o en La edad de la inocencia de Edith Warton. Se debe educar para la soledad, sin atender a los condicionantes sociales. Todo es lo que dijo la sabiduría de nuestro Fanegas: «Bendita sea la aceitera que da pa casa y pa fuera». Excelente novela de evocación amigo Luis. Enhorabuena.