LA CHAPARRA.
En Piña de Esgueva vivía un hombre conocido como El Chaparro. Se casó con una mujer de Olmos de Esgueva, que por afinidad desde entonces fue conocida como La Chaparra.
Era La Chaparra mujer de voluminosos pechos, lo que hizo que se popularizase el dicho «tiene más tetas que la Chaparra» cada vez que alguien se refería de forma un tanto peculiar a alguna fémina del entorno con pecho generoso.
Pero no paró ahí la chanza. Teófilo Bombín, ganadero de Olmos a quien en una ocasión le robaron varias vacas lecheras y tuvo que adquirir otras nuevas, a la vaca que mayores e impresionantes ubres tenía le puso de nombre Chaparra. No es que a la mujer le pusieran por apodo el nombre del animal por sus atributos, como suele suceder; sino al revés: que al animal le pusieron el nombre por el apodo de la mujer.
LOS BUEYES DE PALATINO
No era habitual la presencia de bueyes entre los animales utilizados en las tareas agrícolas de los pueblos cerrateños. Lo normal era ayudarse de mulas o machos. Pero en Alba de Cerrato sí los hubo. El señor Palatino decidió cambiar las mulas con las que araba la tierra, por bueyes. Decisión que no se entendió en el pueblo ya que sus mulas eran excelentes para ese trabajo y sin embargo las vendió para adquirir animales mucho más lentos, que solamente están indicados para trabajar en zonas montañosas de laderas pronunciadas, que no es el caso de Alba.
En el pueblo lo atribuyen a una más de las decisiones poco comprensibles de Palatino, entre las que cuentan que pese a ser un hombre de posibles se alimentaba casi en exclusiva de cacahuetes y escabeche, o que poco a poco fue desprendiéndose de las muchas tierras que poseía (solo en el actual despoblado de Villán tenía muchas hectáreas de viñas).
El caso es que adquirió media docena de bueyes, y dos de ellos le salieron muy malos, en el sentido de indomables.
Estos dos bueyes, de nombres Chato y Valiente, atacaban a las personas, en especial a los propios obreros de Palatino cuando estaban con ellos arando en el campo. Cuando les llevaban a beber tenían que ir pertrechados con varas grandes para mantenerles a raya y evitar males mayores.
Debían que tenerlos bien sujetos y vigilados, pues en cuanto se descuidaban un poco se escapaban y sembraban el pánico. Constituían un gran peligro, pues además de su comportamiento tenían unos cuernos de considerables dimensiones.
Los obreros se tenían que poner uno en cada bocacalle para evitar se fueran descontrolados por donde pillaran. Los niños, inconscientes del peligro que suponían, contribuían a aumentar ese riesgo jugando a torearles con chaquetas rojas, lo que exacerbaba aún más el mal comportamiento de los bueyes, ante el consiguiente cabreo de los obreros que trataban de evitar que los animales se revolvieran.
En una ocasión, los vecinos se sorprendieron de ver corriendo desaforadamente por la calle a la señora Anuncia y detrás de ella al médico, don Críspulo. Hasta que vieron que se debía a que eran perseguidos por uno de los bueyes, que se había escapado.
CASTRACIÓN DE PERROS
También en Alba de Cerrato se dio una anécdota curiosa cuando dos chicos se disponían a castrar a un perro. Le colocaron en posición de sentado en el suelo con los testículos expuestos, con la intención de aplastárselos con una piedra. De anestesia ni hablamos, por supuesto.
Cuando van a proceder, a uno de los chicos le entra la sensibilidad y comenta «esto tiene que doler mucho». Ante lo que el otro le responde «pues ten cuidado, si no te das con la piedra en la mano con la que le sujetas no duele nada».
LOS MIELGUEROS
En los montes y caminos de Esguevillas de Esgueva hay abundancia de mielgas, unas hierbas similares a la alfalfa y que sirve de alimento para los animales. En cierta ocasión crecieron mielgas en lo alto de la torre de la iglesia y pensaron que podían servir para alimento de una cabra. Pero en vez de subir ellos a cortar las mielgas decidieron hacer subir a la cabra por la escalera de caracol de la torre para que las comiera in situ. Pero como la cabra no podía subir bien decidieron atarle una soga al cuello y desde arriba tirar de ella. Cuando ya estaba cerca, la cabra sacó la lengua y dijeron que se estaba relamiendo por la cercanía de las mielgas. Pero no, se estaba ahogando, y de hecho murió ahorcada. Desde entonces a los vecinos de Esguevillas se les conoce como los mielgueros.