Guillermo Quintana Lacaci

Antonio Pérez Henares
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El general leal a la Corona y la Constitución

El teniente general Guillermo Quintana Lacaci, en una imagen de archivo de 1979.

Cuando aquel 29 de enero de 1984 vi al teniente general Guillermo Quintana Lacaci tendido en una calle de Madrid, asesinado por ETA, me fijé en que había intentado sacar del bolsillo la pistola del 22 que siempre llevaba. No llegó a hacerlo, las primeras balas de las 13 que le dispararon a bocajarro y por la espalda Henri Parot y Lasa Michelena Txikierdi le alcanzaron en la cabeza y no pudo defenderse. Iba acompañado de su mujer, que resultó herida en una pierna y supe también que venían de misa. El general era profundamente religioso y de costumbres fijas. Yo lo sabía bien.

Porque yo era entonces el jefe de la redacción de Mundo Obrero, el periódico del PCE, pero le conocía bastante. Durante un año, en 1978, había estado a sus órdenes y cerca de 10 meses de manera muy directa casi en su antedespacho, pues al concluir las prórrogas me había tocado el servicio militar, primero en el campamento de Figueirido (Pontevedra), donde él era gobernador militar, y luego, aunque se me había destinado un destacamento de Artillería de Costa, me reclamó el Gobierno Militar de La Coruña, su siguiente destino.

El general también sabía quién era yo. A la mili, y aunque ya se habían celebrado las primeras elecciones democráticas y estaba en marcha la elaboración de la Constitución, me había acompañado un extenso informe del servicio de inteligencia militar (SIM) con mi currículum político y los detalles de algunas detenciones. También de mi actividad periodística y mi trabajo en el diario Pueblo que, ante el estupor de mis compañeros reclutas y mi capitán, recibía puntualmente el número 182 (o sea, yo) cada día. 

Esta condición de periodista fue la que supuso mi cambio y ser convocado al Gobierno Militar, y, tras ser requerido «¿Jura o me da usted su palabra de honor de que no ejercerá actividad política ni sindical alguna mientras cumple el servicio militar?» y dársela, pasar a ocupar silla, en la oficina contigua, despacho de su Teniente Coronel ayudante y de un puñado de oficiales. Yo era y fui siempre un soldado raso. Pero entendí por qué se me llevó allí y qué papel debía desempeñar en aquellos momentos en que todo estaba cambiando a una velocidad vertiginosa.

No voy a contarles, aunque siempre es una tentación, mi mili, pero sí les diré que desde entonces llevo a Galicia en el corazón y que fue allí donde comencé a conocer a las gentes de nuestro Ejército, que iniciaban un profundo reciclado, a percibir sus valores y admirar lo mejor de ellos en la persona del general Quintana. Fue por ello, por su lealtad, su defensa de la Constitución, de la Ley y de la Corona, en su decisivo papel en conseguir abortar el golpe de Tejero, por lo que fue asesinado por ETA.

Quintana Lacaci había combatido en la Guerra Civil en el bando franquista. Nacido en el El Ferrol en 1916, hijo y nieto de militares y padre después de otros cuatro, el conflicto le pilló ya de cadete de infantería en Ces (La Coruña) tras la aprobación del primer año de Ciencias Exactas en la Universidad de Santiago de Compostela en la Academia General Militar en 1935 y de la que acabaría por ser Director General (1973-1976). Concluyó la guerra como teniente en el Tabor de Regulares de Ceuta y se alistó después en la División Azul, participando en la campaña de Rusia, a las órdenes del capitán general Agustín Muñoz Grandes, siendo condecorado con la Cruz de Hierro. Ya con el rango de general, mandó en la Brigada de Montaña de Jaca y la Academia General para pasar en 1976 al Gobierno Militar de Pontevedra y en 1978 al de La Coruña.

En agosto de 1975, como director de la Academia dijo en un discurso: «Creo que la verdadera libertad está en el respeto al orden y a la Justicia, no en querer imponer por la violencia unas ideas a los demás». Durante la transición demostró que lo decía desde el más profundo convencimiento, pues hizo de la lealtad a la Corona, el respeto a la Constitución y la obediencia a los Gobiernos legítima y democráticamente elegidos la piedra angular de su conducta, como demostró el 23-F, donde fue decisivo para parar el golpe de Estado, como reflejé en aquella crónica que firmé en Mundo Obrero días después de su asesinato. 

Estando aquel día yo mismo en la tribuna de prensa del Congreso secuestrado bajo la amenaza de las armas de Tejero, si de alguien no tenía duda era del general Quintana Lacaci, que entonces mandaba la Primera Región Militar ya con el grado de teniente general. Años atrás ya le había leído y oído discrepar de algunos de sus compañeros de rango y armas con mayor propensión a las asonadas militares como remedio, que él no compartía en absoluto.

Aquel 23-F, la más poderosa y cercana unidad del Ejército, la División Acorazada Brunete, se disponía a ocupar Madrid, tras la ausencia y los titubeos de su jefe, el general Juste, y la llegada desde Galicia de su anterior mando, el general Torres, dispuesto a ponerse al frente para hacerla avanzar sobre la capital. 

José Juste acertó al menos en llamar a su superior a la Capitanía General de Madrid y decirle que se disponía a ocupar la ciudad por orden del general Milans del Bosch. Quintana Lacaci, que ya había hablado con el rey Juan Carlos, le ordenó que de manera inmediata revocara tal orden, mantuviera acuartelada la División e hiciera regresar a las unidades. Juste acató su orden pero tuvo que ser personalmente el teniente general quien, tras un duro forcejeo telefónico, sometiera a su autoridad a los coroneles jefes de regimiento de la Brunete, que minutos atrás habían obedecido la orden de tomar Madrid y ahora se negaban a cumplir la contraorden. También hizo acatar a Luis Torres Rojas que abandonara la capital.

Aquella actuación de Guillermo Quintana Lacaci fue determinante y decisiva para evitar la imagen de los tanques entrando y ocupando Madrid y con ello parar en buena medida el propio golpe. Aquel día, el general Quintana estuvo en su puesto, defendiendo la Constitución, la Corona, las leyes y la democracia. Fue para mí, y lo sigue siendo, el mejor ejemplo de la evolución de un Ejército que iba a asumir la democracia y hacer de su lealtad el mejor de sus valores.

Que ETA lo matara es también esclarecedor, pues sus pistoleros sabían muy bien a quien ejecutaban. A uno de los mayores pilares en la entonces recién nacida y aún tambaleante democracia. Junto a él, asesinaron a muchos, civiles y militares , 853 víctimas mortales y millares de heridos en total. Hoy no solo se pretende que lo olvidemos, sino que además dejemos que los conviertan en héroes y ya, traspasando la línea de infamia más hedionda, se les considere los más dilectos aliados por parte de quien Gobierna España.

El etarra Lorenzo Lasa Michelena Txikierdi fue detenido en 1985 en Francia y luego extraditado a España y condenado por sus crímenes en 1996. También lo fue el feroz Henri Parot, reo convicto de más de 50 asesinatos, entre ellos varios niños, por quien se estableció la llamada doctrina Parot que permitía alargar las penas de estos sanguinarios criminales. 

Pero su anulación por los tribunales europeos supuso la excarcelación de Txikierdi en el año 2021, tras dirigir al colectivo de los presos etarras y sin el mínimo gesto de arrepentimiento y ser recibido y homenajeado como un héroe a su salida. Parot, por su parte, fue acercado a una prisión cercana al País Vasco pero aún sigue en la cárcel, pues estando en ella siguió dando instrucciones y órdenes a la banda y, tras una reveladora carta, se le abrió nuevo juicio que ha permitido añadir una nueva condena a todas las anteriores y no está prevista su salida hasta 2029. Veremos.

 Por ello hoy he querido recordar a aquel general leal al que asesinaron.