Centenario del fallecimiento del obispo Ramón Barberá Boada

Francisco Javier de la Cruz Macho
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Nacido en Alcover (Tarragona), ejerció de obispo de Palencia durante 10 años, en los que se mostró muy activo. La parcelación de las Huertas del Obispo, una de sus actuaciones más celebradas

Paso de la comitiva por la calle Mayor Principal. - Foto: AHPPa. Colección José Luis de Román

No suele ser habitual en Palencia que un obispo fallezca durante el ejercicio de su cargo. Desde que en 1891 falleciese Juan Lozano y Torreira, se han sucedido quince obispos, contando al actual, de los que tan solo tres han acabado sus días ejerciendo el cargo. El resto fue promovido a otros obispados o presentaron su renuncia. De hecho, en estos momentos, en Palencia tenemos una situación peculiar a nivel episcopal, ya que contamos con tres obispos, dos eméritos: Nicolás Castellanos y Manuel Herrero, y el titular: Mikel Garciandía.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, los tres obispos que han muerto ejerciendo como titulares su cargo fueron Anastasio Granados, Manuel González y Ramón Barberá. Precisamente, de este último se cumple el centenario de su fallecimiento y posterior funeral, que supuso un gran acontecimiento en la ciudad. 

Inicio del recorrido del funeral. Al fondo, el Palacio Episcopal.Inicio del recorrido del funeral. Al fondo, el Palacio Episcopal. - Foto: AHPPa. Colección José Luis de RománRamón Barberá y Boada había nacido en Alcover, en la provincia de Tarragona, el 30 de agosto de 1847. Pronto destacó como un buen estudiante; inició sus estudios de Secundaria en el Instituto de Tarragona, donde cursó los dos primeros años de Latinidad y Humanidades. En el tercer año, se matriculó en el Seminario Conciliar, donde completó tercero y cuarto, además de cursar varias asignaturas de Filosofía, Teología y Cánones. Continuó sus estudios en León y en 1868 fue nombrado Catedrático de Latinidad y Humanidades en el Seminario de Tarragona con tan solo 21 años y sin haberse ordenado sacerdote aún, lo que ocurriría en 1870. Desempeñó la cátedra hasta 1878.

Con 24 años obtuvo el grado de Bachiller en Arte y Teología, y dos años después, las licenciaturas de Teología y Derecho Civil y Canónico, la primera en el seminario central de Valencia y la segunda en la Universidad de Barcelona. Seis años más tarde obtuvo el grado de doctor en Sagrada Teología.

Su dedicación a los estudios le sirvió para ir asumiendo tempranamente puestos de responsabilidad en la Iglesia, de manera que a los 31 años abandona Tarragona para convertirse en provisor y vicario general de la Diócesis de León, cargo que ejerció hasta 1883. Durante ese tiempo, ganó por oposición una canonjía doctoral en la Colegiata de San Isidoro. 

El 7 de junio de 1883 abandona León para ocupar una canonjía en la catedral de Salamanca, a la vez que le nombran subdelegado castrense de las Diócesis de Salamanca, Zamora, Ávila y Ciudad Rodrigo, cargo que desempeñó durante seis años, cuando fueron suprimidas las subdelegaciones. En 1888 fue nombrado provisor y vicario general de Salamanca, siete años después arcipreste y en 1907 se le designa administrador apostólico de Ciudad Rodrigo, sede que se encontraba vacante. A la vez, fue nombrado obispo titular de la diócesis de Anthedon, un territorio en la actual zona de Gaza (Palestina). Era un cargo más honorífico que real, pero suponía adquirir la condición episcopal. Contaba entonces con 60 años.

En 1914 fue nombrado obispo de Palencia, tomando posesión de su cargo el 22 de noviembre. Su llegada no contó con el beneplácito meteorológico, pues el día resulto desapacible y lluvioso, incluso con nieve. El día anterior hizo noche en el monasterio de la Trapa, donde recibió a diferentes comisiones eclesiásticas y públicas. Su entrada a Palencia la hizo en automóvil, desde El Salón, recorriendo la calle Mayor hasta las Canónigas, momento en que las campanas de todos los templos empezaron a tocar. A su paso, la gente se asomó a los balcones, algunos decorados, para ver al nuevo obispo, aunque poco pudieron ver por la lluvia y porque iba dentro del automóvil. En las Canónigas se detuvo un momento para rezar, con la esperanza de que el temporal amainara un poco. Finalmente, sin cambios en la climatología, volvió a recurrir al automóvil para dirigirse a la catedral, a la que accedió por la Puerta de los Descalzos o de San Antolín (la que mira hacia el río).

A su toma de posesión acudieron, como es lógico, todas las autoridades civiles, eclesiásticas y militares, así como gran parte de la población. Una vez terminado el ceremonial correspondiente, el obispo salió por la Puerta de los Reyes y marchó hasta el Palacio Episcopal, donde tuvo lugar un aperitivo, obsequio del prelado para autoridades y otras personas. Estaba prevista la quema de una colección de fuegos artificiales por la noche pero el mal tiempo lo impidió.

Una década. Ramón Barberá ejerció de obispo durante 10 años, en los que se mostró muy activo. No en balde recorrió tres veces los pueblos de la provincia de Palencia en visita pastoral en tiempos en los que, aunque existían el automóvil y el ferrocarril, no era fácil, rápido ni cómodo acceder a todos los lugares.

Especial dedicación puso en los sindicatos católicos agrarios, de los que se manifestó entusiasta y a los que apoyó de manera efectiva. En sus años de obispado, la Federación de Sindicatos Católicos Agrarios de Palencia alcanzó unas cifras de afiliación increíbles de la mano de Alejandro Nájera, además de construirse el edificio de la Federación Católica, hacer crecer la Caja de Ahorros y adquirir la propiedad de El Día de Palencia.

Ramón Barberá también destaca por sus pastorales de Cuaresma y Adviento, y por la creación de la Unión Misional del Clero, destinada a «la conversión de los paganos», en los términos de aquel tiempo.

 

Las Huertas del Obispo. Una de sus actuaciones más celebradas, que tuvo eco en la prensa de toda España, ha dado lugar a un espacio cuya toponimia releva su origen. Nos referimos al parque conocido como Huertas del Obispo. Ese parque era propiedad episcopal y en 1915, al poco de llegar a la ciudad, Ramón Barberá decidió parcelarlo para ser destinado a huertos de obreros, siguiendo con su visión del sindicalismo católico. Las parcelas se repartieron por sorteo entre los solicitantes. 

Este hecho, aunque tiene que ver más con la caridad que con una defensa real de los derechos de los trabajadores, suponía renunciar a una importante fuente de ingresos derivados del arrendamiento de esa inmensa huerta, ya que los afortunados que recibieron los lotes no pagaban nada por su uso. La huerta se dividió en 30 parcelas, de las que 9 fueron circulantes y 21 fijas. En la década de los 80 del siglo XX, las huertas se encontraban en estado de semiabandono. Pocas eran las cultivadas y las construcciones levantadas para guardar aperos se encontraban, en algunos casos, en mal estado. La imagen no era agradable, además de resultar un espacio peligroso. Por eso, el Ayuntamiento, bajo la alcaldía de Francisco Jambrina, decidió adquirirlas lo que fue posible gracias al obispo Nicolás Castellanos, quien, fiel al deseo de su predecesor, Ramón Barberá, consideró que ese espacio debía ser un bien para el pueblo. Eso posibilitó que la compra se hiciese a un precio por debajo del valor de mercado dadas sus dimensiones y ubicación. Podía haber sido una venta muy rentable que engordase las arcas episcopales, pero por suerte, la inicial postura de Ramón Barberá de que ese recurso fuese de utilidad para los palentinos, en su momento para familias obreras, se mantuvo con Nicolás Castellanos. 

En 1987 se culminó la remodelación del parque y desde ese año la ciudadanía palentina disfruta de un espacio que, como otros, (Jardinillos, Huerta de Guadián), han conservado su nombre popular, derivado de su uso o características.

 

Salud. En 1924, tras diez años de obispado, su salud empezó a menguar y, poco a poco, empezó a decaer. A principios de septiembre su estado era grave y el día 10, la prensa anunciaba que se le habían administrado los Santos Sacramentos, signo ya de su ineludible fallecimiento. El Boletín eclesiástico informó con detalle: "El excelentísimo y reverendísimo Sr. Doctor don Ramón Barberá y Boada, ha sufrido una agudización en la bronquitis crónica que venía padeciendo, siendo su estado grave, según dictamen facultativo; en consecuencia y ante el temor de un rápido desenlace, en las primeras horas de la mañana del día de hoy se le administró el Sagrado Viático, que recibió con suma reverencia».

Ramón Barberá no pudo superar la enfermedad y falleció el 11 de septiembre, a las 00,15 horas. Su médico, Nazario M. Escobar, había hecho todo lo posible por su recuperación, mediante «inyecciones hipodérmicas y demás auxilios de la ciencia», pero viendo la gravedad de su estado rehusó intervenir más. A las 16 horas del día 10 perdió la conciencia, que ya no recuperó, hasta que su cuerpo se apagó definitivamente. 

La capilla ardiente se instaló en el oratorio del Palacio Episcopal, donde fue velado. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, la campana mayor de la catedral dio ciento veinte golpes, seguidos del toque de defunción, al que respondieron las campanas del resto de iglesias parroquiales y comunidades religiosas. Por la capilla desfilaron todas las autoridades civiles, religiosas y militares, además de la ciudadanía palentina que quiso despedirse de su obispo. Instalado en un féretro de terciopelo negro, su cuerpo fue amortajado con los ornamentos pontificiales. 

El funeral se realizó el 13 de septiembre. El ritual comenzó a las diez de la mañana, aunque desde las nueve la gente ya estaba congregada ante el Palacio Episcopal. Lo inició el Cabildo, precedido de la Cruz Capitular y acompañado del clero y las autoridades, dirigiéndose a la capilla ardiente. Allí, seis sacerdotes vestidos con sobrepelliz portaron el féretro cantándose las oraciones previstas en el ceremonial.

Después se inició un recorrido por la ciudad que, partiendo del Palacio Episcopal, discurrió por las plazas de Santa Marina y San Pablo y la calle Mayor Principal, ascendiendo luego por Barrio y Mier, Juan de Castilla y Jorge Manrique hasta llegar a la seo. 

Al féretro le acompañaba toda una comitiva atendiendo al orden siguiente: «Cofradías y sacramentales con sus respectivas insignias; niños y niñas de las escuelas; pobres acogidos en los establecimientos benéficos; individuos de la Cruz Roja de uniforme; tarsicios; Adoración Nocturna, comunidades religiosas; clero parroquial; Cabildo catedral; Cruz Capitular, cardenal Benlloch, revestido con los ornamentos pontificales; féretro, llevado en hombros por seis señores sacerdotes; los señores obispos de Santander y León; presidencia de la familia; ídem de las autoridades; Ayuntamiento en pleno con maceros; Diputación provincial; nutridas comisiones de todos los Cuerpos de la guarnición; representantes del Instituto General y Técnico y de las distintas dependencias y Centros del Estado; Cámara de Comercio; Cámara Agrícola; Federación Católica Agraria; Unión de Sindicatos Católico-obreros; Círculo mercantil y pueblo en masa». 

Durante todo el recorrido, el féretro fue acompañado de una gran multitud dispuesta a lo largo de las calles. A las once se llegó a la catedral, que se quedó pequeña para acoger a todas las personas, resultando imposible moverse por ella. Tras la llegada del féretro, el obispo de Burgos presidió la misa y después se leyeron los responsos frente al catafalco (monumento funerario) levantado en el centro del crucero de la catedral.

Posteriormente, el féretro fue depositado en la fosa excavada en la seo, ya que ese había sido el deseo del obispo, «ser enterrado en la propia catedral», en concreto en el primer crucero, junto a la entrada de la Capilla del Sagrario. Su lápida se conserva y puede ser contemplada por cualquier visitante. Las muestras de pésame llegaron de toda España. Todo el comercio cerró durante el funeral y su entierro. Muchos fueron los trabajadores que, durante ese tiempo, suspendieron su actividad laboral, en señal de duelo.

La prensa nacional se hizo eco del acontecimiento y a Palencia se desplazaron no solo periodistas, sino también fotógrafos que inmortalizaron el hecho y lo dieron a conocer por toda la geografía española. En Palencia, el fotógrafo Albino Rodríguez Alonso tomó varias instantáneas de la procesión a lo largo de la ciudad, algunas de las cuales ilustran este artículo.