El baile con Amelia y el tractor parado

Fernando Pastor
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A las 5 de la madrugada decidieron volver a Castrillo sin poder bailar con la joven

El baile con Amelia y el tractor parado

Década de los 70. Fiestas de Valle de Cerrato. Tres amigos de Castrillo de Onielo ilusionados por acudir. Pero tienen 17 años y por tanto no cuentan con carnet de conducir, en coche no pueden ir. Se la ingenian: sacan el tractor de la familia de uno de ellos empujándole (para no hacer ruido) y van campo a través (para no ser vistos). Se pierden, pero llegan. Noche de jolgorio que se alarga hasta altas horas, y los quehaceres del día siguiente hace que se queden prácticamente sin dormir.


Unas jornada en la que continúan las fiestas de Valle y los tres amigos no quieren perdérselo, así que por la noche vuelta a Valle. Llevan, entre los tres, 150 pesetas. Entran en el bar y unos conocidos les invitan; así que siguen con sus 150 pesetas.


Ese día el baile lo organizan los quintos, que se encargan de contratar y pagar a los músicos. Para poder pagarlos, y para poder hacer una merienda con el sobrante, cobran entrada al recinto. Son 50 pesetas por cabeza. Los tres amigos de Castrillo de Onielo tendrían por tanto justo para entrar. Deliberan entre ellos: si entran al baile, no tendrían para nada más. Deciden no entrar y así poder volver a tomar algo en el bar. Cuando gastan las 150 pesetas, se vuelven para Castrillo.


Pero en el camino de vuelta, uno de ellos, les soltó a sus compañeros lo que llevaba rumiando internamente: él quería ir al baile, para bailar con Amelia, una chica de Valle que le hacía tilín. Comprensivos, sus amigos aceptan volver a Valle e ingeniárselas para entrar en el baile pese a no tener dinero para ello. 


Como primera solución, le explican el caso al quinto que custodiaba la entrada. Pero pinchan en hueso, ya que se muestra inflexible explicándoles que le es imposible dejarles entrar sin previo pago.


No cejaron en su intento, y pocas alternativas les quedaban más allá de pedir prestado dinero a cuantos conocidos encontraran. Y de esta forma recaudaron lo suficiente para abonar la entrada. 


Una vez en el baile, observan que Amelia cuenta con un gran número de pretendientes y la cola imaginaria para bailar con ella es muy nutrida. Tanto que nunca llegaba el momento de poder dedicarle un baile a nuestro protagonista. Sus compañeros le animaban comentándole que después de los avatares de dar la vuelta en el camino y tener que pedir prestado para entrar, no podían salir sin que él bailara con Amelia.


Pero la realidad se iba imponiendo a la pretensión y las horas iban pasando en vano. Cuando el reloj señalaba ya las 5 de la mañana, arrojan la toalla y sin que el joven lograra bailar con Amelia deciden volverse a Castrillo, que era un nuevo día de trabajo. 


Dos noches sin pegar ojo.

Acumulaban, por tanto, dos noches seguidas sin apenas pegar ojo. Cuando otro de la terna llega a su casa, su madre le oye y le pregunta: «¿vas o vienes?», para saber si llegaba a casa o se iba al campo a trabajar. Él respondió «voy». Así que se cambió de ropa, haciendo como que se vestía, cogió el tractor y se fue a las eras.


El trabajo le despejó un poco, pero al llegar el mediodía, con el calor, el sopor fue haciendo mella y las dos noches sin dormir le pasaron factura. Se bajó del tractor para comer la tortilla que había llevado, con la esperanza de despejarse un poco, pero dio una cabezada y allí mismo cayó relocho.


Su padre, desde el pueblo, ve que el tractor estaba parado. Normal, era la hora del almuerzo. Pero pasa el tiempo y el tractor sigue parado. Pasan horas, y su padre se muestra cada vez más extrañado de que el tractor sigue sin moverse.


Has las 8 de la tarde no despierta. Monta en el tractor y, dada la hora, se encamina al pueblo. En el trayecto se cruza con su padre, que acudía atribulado a ver qué ocurría. «¿Qué te ha pasado?», le preguntó, a lo que su hijo respondió con total naturalidad: «Nada, que me he dormido».

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