Se intuía la respuesta, pero faltaba la confirmación. El jefe del Ejecutivo en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, rechazó el pasado miércoles el plan que le puso sobre la mesa el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, para recabar su apoyo de cara a la investidura. Una negativa previsible que marcó el camino de inicio de la complicada ronda de contactos emprendida por el popular para intentar salvar la investidura, a la que se someterá a finales de septiembre, como candidato designado por el Rey Felipe VI. La meta para el conservador es llegar a la Moncloa, aunque los números parece que se le resisten. El socialista lo sabe, y no da su brazo a torcer.
Ese toma y daca podría ser el mejor símil de la legislatura que se dibuja en el horizonte. Un período político en el que, de fracasar finalmente Feijóo, el PP comandaría una férrea oposición, ante un hipotético Gabinete del PSOE junto a más de una decena de fuerzas con Sumar, los independentistas, nacionalistas y abertzales a la cabeza.
De momento, el dirigente popular encara un mes incierto de contactos con otros partidos que, a priori, no parece que pueda hacerle avanzar hacia su objetivo de gobernar. Hasta la celebración del debate de investidura, fijado para los días 26 y 27 de septiembre, se propuso hablar con todos los partidos menos con EH Bildu. Esa fue la línea roja del PP, pero luego están las que marcan los otros grupos.
En primer lugar, las de los propios socialistas. Sánchez se ve en disposición de lograr los apoyos suficientes de cara a una futura investidura y no tiene ninguna intención de ceder. De hecho, el discurso de Ferraz tras el encuentro entre el madrileño y el gallego en el Congreso fue en un tono a medio camino entre la ironía y la crítica. Por un lado, la portavoz del PSOE, Pilar Alegría (que fue la encargada de dar una respuesta pública ya que Sánchez no se pronunció), arremetió contra el popular por intentar convencerles «con muy poco atino» de, como afirmó, «derogar el sanchismo», y le echó en cara su actitud, a su juicio interesada: «Solo busca salvar su pellejo». Además, le afeó, una vez más, que su partido no cumpla con el mandato constitucional de renovar el Poder Judicial.
Feijóo, que fue quién tomó la iniciativa a la hora de platear el encuentro, propuso al presidente en funciones un acuerdo que le permita gobernar dos años, para después, convocar unas nuevas elecciones. El objetivo, según afirmó, es evitar que el Ejecutivo de España dependa de quienes solo buscan romperla. Así, puso sobre la mesa la firma de seis pactos de Estado: de regeneración democrática; por el Estado de bienestar; por el saneamiento económico; por las familias; un pacto nacional del agua y uno territorial. Además, ese eventual Gobierno presidido por él rechazaría «las solicitudes de referéndum de independencia y de amnistía expresadas por los partidos secesionistas». La respuesta del PSOE, como explicó el propio Feijóo en un juego de palabras, fue un «no es no» a lo Sánchez.
El segundo revés llegó de la mano de la máxima esperanza del PP para poder sacar adelante su investidura: el PNV. En una conversación telefónica con el lendakari, Íñigo Urkullu, que la formación jeltzale ya adelantó que mantendría por cortesía parlamentaria, el político vasco confirmó el rechazo de su grupo a apoyar la investidura del popular, alegando el respaldo que si recibirá de Vox. No obstante, ambos dirigentes calificaron su charla de «franca y provechosa».
Semanas de parálisis
Feijóo tiene ahora por delante unas semanas en las que su intención es dialogar con el resto de partidos, aunque con estas puertas cerradas, las del PSOE y el PNV, el éxito final parece una quimera. En paralelo tendrá a un Sánchez que seguirá negociando con fuerzas como ERC y Junts su apoyo a una hipotética investidura liderada por él en caso de fracasar el conservador, que ya han marcado la amnistía de los impulsores del procés y la celebración de un referéndum de independencia en Cataluña como punto de partida.
De cumplirse los augurios socialistas, si el popular fracasa, el PSOE tendría por delante un curso político con una oposición que ejercería de manera férrea un PP que tiene el control del Senado. Eso complicaría la gobernabilidad, ya delicada dada la confluencia de fuerzas que se aunarían en el Ejecutivo, cada una con sus propias reclamaciones.
Con los conservadores en contra, las iniciativas deberían superar un difícil camino para salir adelante, en una legislatura de puentes rotos que está empezando a tejerse y que aún depende de los múltiples escenarios que se mantienen abiertos.