OPINIÓN.-

En 2024 se cumplirán cuarenta años de su muerte, nadie prácticamente recuerda hoy su nombre, y sin embargo Tomás Salvador fue un reconocido escritor palentino que ganó el Premio Planeta, el Nacional de Literatura y el Premio Ciudad de Barcelona entre otros.
Y aunque su estilo y quizá sus temas nos resuenan hoy algo lejanos, es justo reconocerle su valor y recordarlo.
También es necesario recordar el hecho de que Tomás Salvador fue policía (¡un policía que escribía novelas!), y el freno en la opinión que ello supuso, sobre todo en los sectores más progresistas y en los más reaccionarios. Sin embargo, es precisamente eso, el haber estado dentro del mundo policial y conocer de primera mano determinados tipos de ambientes y de personas, lo que da a su obra patente de autenticidad indiscutible.
Gran parte de sus novelas (medio centenar) reflejan de una u otra forma sus propios recuerdos: Cuerda de presos, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1954, trata de la difícil conducción de un criminal desde Palencia hasta Vitoria para ser juzgado; doce días de convivencia entre los dos guardias civiles y él, dejan al descubierto sus ideas, deseos, sentimientos...
División 250, historia novelada de la División Azul, de las vicisitudes y heroísmos de los voluntarios españoles que lucharon en Rusia al lado de Alemania. 
El atentado, historia de unos anarquistas que quieren matar al gobernador civil de Barcelona, y  éste, que no renuncia a vivir su vida con normalidad aun sabiendo que probablemente va a morir; con esta novela ganó el Premio Planeta en 1961. 
Quizá la obra más divulgada en su época fue El haragán, historia retrospectiva de un hombre abúlico cuya vida cambia radicalmente cuando su hija es asesinada y su mujer lo abandona.
Pero entre todas ellas, y con la mirada actual, Cachorro es la obra que sin duda merece una mención especial en mi opinión. Es la historia de un perro contada por él mismo, con abundantes fotografías, y podríamos decir que trata de que los seres humanos comprendan mejor a los animales que conviven con ellos.  
Nacido el 9 de marzo de 1921 en la casa-cuartel de la Guardia Civil de Villada, cuando tenía ocho años la familia se trasladó a Madrid dejando atrás una infancia «feliz, pobre y estrecha».
El comienzo de la guerra civil sorprende a su padre fuera de casa, por lo que él se tiene que hacer cargo de la familia. Son tiempos de pobreza en que se ve obligado a trabajar de alpargatero, peón de albañil o buscador de carbonilla en los vertederos, donde a veces encontraba revistas y libros rotos que le servían de lectura. Fue movilizado cuando la guerra finalizaba, pensando posteriormente en ingresar en la Guardia Civil; pero hubo entonces un llamamiento para la División Azul y se alistó, permaneciendo en Rusia veintitrés meses. Regresó marcado por ambas guerras, sintiendo que a pesar de sus pocos años ya era viejo...
Aprobó las oposiciones de policía pero su sordera progresiva lo fue alejando de casi todo menos de escribir. «La vida le pegó duro a este hombre fornido, en el que nos parecía advertir un aire de boxeador», según Miguel de Santiago.
Él mismo nos retrata su situación: «Yo por haber estado en la División Azul y haber sido policía, para muchos soy un fascista. Pero otros muchos saben que he sido un hombre honesto, aunque para los rojos soy un fascista y para los azules un rojo (...) Yo soy un hijo del pueblo, y por encima de todo he mantenido mi independencia de escritor». 
A los 63 años falleció de forma inesperada, y desde entonces el olvido ha ido ocupando paulatinamente su recuerdo, por lo que creo justo dedicarle hoy estas líneas.