Reconoce que sus editores se quedaron asustados cuando vieron el volumen de su manuscrito, escrito, como bien reza la palabra, a mano y durante tres años, pero asevera que no hubo ni recortes ni manipulaciones en el original de esta novela monumental en la que retrata la azarosa vida de los artistas, escritores y periodistas españoles en el París ocupado por los nazis.
Regresa al contexto de la II Guerra Mundial por la que ya ha transitado en otros libros. ¿Qué le atrae de este tiempo?
Sobre todo, esa anomalía de que un país como Francia, que fue una gran potencia militar, se entregue sin apenas oponer resistencia. Esa especie como de sumisión... porque realmente la dominación alemana, hasta que no se produjo la invasión de la Unión Soviética, que es cuando Stalin ordena a los comunistas que empiecen a atentar contra los alemanes, fue pacífica, no obtuvo ningún tipo de resistencia durante más de un año. Luego, claro, está el tema de todo ese mundo de artistas y escritores que se quedan atrapados en la ciudad y que tienen que desarrollar su obra en condiciones muy difíciles.
¿Y cómo llega a las complicadas, comprometidas y oscuras vidas de esos artistas españoles?
Investigando para un libro, una biografía de Ana María Martínez Sagi, titulada Derecho a Soñar, descubrí que existen unos maravillosos archivos en Francia, sobre todo policiales, en los que es posible encontrar muchísima documentación poco conocida sobre muchos de los españoles que vivían en París. Eso fue subyugador. Fue el momento en el que decidí lanzarme a escribir esta novela. Ha sido un trabajo de mucho tiempo, pero sobre todo basado en un gran trabajo de documentación.
Desde luego no parece fácil documentar 1.600 páginas...
Archivos, hemerotecas, libros de memorias de las personas que estuvieron ahí en esos años... incluso las crónicas de los corresponsales que escribían desde París suministran mucha información sobre esa ciudad en estado de excepción que era la capital francesa aquel momento.
Empezamos a tener miedo a la libertad de expresión"
¿La portada del libro con la puerta del Cabaré del Infierno es toda una declaración de intenciones de lo que esconden sus páginas?
Es uno de los muchos escenarios del París de la época que retrato en la novela, pero me pareció que esa portada era especialmente expresiva del tono esperpéntico y feroz que tiene la novela. En ella lo macabro y lo grotesco caminan de la mano.
La historia está protagonizada por Fernando Navales, personaje que también aparecía en Las máscaras del héroe, ¿por qué un malo como voz narrativa?
Era una perspectiva que le añadía mucho picante a la historia. Una persona que por una parte nos resulte abyecta, insoportable, pero que al mismo tiempo sea atractiva. Yo pensaba en los protagonistas de las películas de Scorsese que aparentemente son unos mangantes, unos truhanes, pero que de forma misteriosa nos llegan a caer simpáticos e incluso asumimos su punto de vista.
Habla sobre cosas que hoy son innombrables con una naturalidad desgarrada y brutal. ¿Tenemos la piel demasiado fina?
En los últimos años estamos desarrollando una especie de asepsia o de distanciamiento de las realidades más oscuras de la vida, que creo que nos está hablando de un tiempo en el que estamos empezando a tener miedo a la libertad de expresión. Estamos llenando la vida de prevenciones, temores, censuras... La vida se está pareciendo demasiado a una pantomima y, concretamente la literatura, se está convirtiendo en un campo de pruebas de ideologías sofocantes que tratan de constreñirnos a ciertos temas y esto me parece terrible en general y especialmente pavoroso en la literatura. Hay que rebelarse contra esto. La literatura siempre fue un ámbito de libertad, pero cada vez es más habitual que el escritor se ampute, se censure.
¿Pero ahora no se puede escribir sobre cualquier tema?
Aparentemente sí, pero me temo que no. Las imposiciones de lo que es políticamente correcto marcan demasiado la literatura.
Ha sido un trabajo de mucho tiempo, pero sobre todo basado en un gran trabajo de documentación"
¿Qué consecuencias tiene saltarse esas barreras?
Que pasas a ser un réprobo, un escritor mirado con prevención por los bienpensantes, pero la misión del escritor no es ser aplaudido por los bienpensantes. Un escritor tiene que ser incómodo y atreverse a mencionar lo que nadie dice, remover, escandalizar, inquietar.
¿Usted cree que ha conseguido eso con Mil ojos tiene la noche?
Bueno, es una novela arriesgada en la que lo doy todo y en la que escribo a calzón quitado con una entrega absoluta tanto a nivel expresivo como de concepción de la obra. Y, sí, también sin temor a mencionar muchos asuntos que hoy en día se consideran tabú.
¿Se conoce mejor al ser humano por lo que esconde que por lo que deja ver?
La vida es como un iceberg en el que asoma lo que interesa que los demás conozcan, pero hay continentes enteros de nuestra vida que permanecen escondidos, ocultos a la inmensa mayoría. Y una obra literaria debe tratar de profundizar en todo ese mundo interior escondido, porque los seres humanos estamos compuestos en gran medida por todo eso que escondemos.
Estamos desarrollando una especie de asepsia o de distanciamiento de las realidades más oscuras de la vida"
Ha escrito esta novela a mano. ¿Qué efecto tiene esto en el texto final?
La escritura a mano es más lenta, más abnegada porque exige una concentración mayor. Marca el modo de escribir porque cuanto más lento lo haces más probabilidades hay de concentrar en las palabras una mayor carga significativa, mayor dosis de pensamiento... Es una escritura más cuidada. Esto no siempre tiene por qué ser para bien, pero si lo es enriquece mucho.
Cuando empezó a escribir dice que rompió con su mundo. ¿Cómo ha sido el regreso?
Han sido casi tres años. De todas formas yo no concibo la escritura de un libro si no es con una entrega sin cortapisas. Uno se juega mucho y no sé escribir de otra manera.