El Madrid ya tenía un manual de instrucciones. Y los rivales lo sabían: atar en corto a Vinicius, buscar las espaldas de los laterales, cerrar bien las líneas... Pero un cambio de piezas ha creado un Madrid imprevisible: se ha ido un 'nueve' (que no era tal cosa) como Benzema y ha llegado un 'diez' como Bellingham. Y el bloque funciona. El inglés es el factor de desequilibrio de este arranque, con tres goles en dos partidos y la sensación de que va 'a otro ritmo'. El futbolista moderno, sobre todo el que no ha adquirido los malos vicios del fútbol español (parsimonia, centrocampismo y control), posee esa capacidad de sorpresa que el equipo había perdido el curso pasado. El inglés, un novato marcando la diferencia.
Sufrimiento
El Barça, meritorio y justo campeón en la 22/23, ganó once partidos por 1-0 el curso pasado. De una forma que rompía con la historia moderna del club, Xavi corrigió la etapa 'post-Messi' y enseñó al equipo a sufrir, algo que no estaba en su ADN. Después del áspero arranque en Getafe, el Barça recuperó las viejas sensaciones. No las buenas, sino las que le valieron para conquistar el título: falta de puntería, cesión de ocasiones nítidas para el rival, 0-0 agónico hasta los últimos instantes... y, de repente, Pedri acudiendo al rescate, Ter Stegen firmando algún milagro y otra portería a cero.
El ritmo
Osasuna y Athletic pactaron que no hubiese pausa de hidratación. «Nos gusta el ritmo», decía Jagoba Arrasate. «Ritmo» es una palabra que se disocia de nuestra competición. Meten mucho ruido propuestas tan disruptivas como las del Getafe ante el Barça o duelos tan infumables como el Betis-Atlético, secuestrado por el calor... pero hay trazas de esa fugaz modernidad en muchos equipos, ya no sólo de escuela norteña: el Girona de Míchel es una delicia, el Granada de Paco López presenta una propuesta muy atractiva, el Rayo de Francisco mantiene su línea (ambos se enfrentaban anoche)... hay esperanza en medio del pesimismo.