Siempre digo que yo jamás criticaré los viajes al extranjero de los máximos responsables políticos, siempre y cuando no se trata, como a veces se trata, de hacer turismo con el dinero del contribuyente. Por ello, me niego a considerar -lo he leído en alguna parte-como 'una huida' la visita que este lunes inicia Pedro Sánchez a la India, un país clave, no alineado y que puede proporcionar enormes beneficios al comercio de nuestro país, especialmente si el presidente logra traerse firmado el contrato con Navantia para fabricar submarinos S-80 para la Armada india.
Lo que ocurre es que Sánchez se marcha en un momento especialmente difícil para él desde el punto de vista de la política interior y, claro, una estancia en Bombay, donde todo van a ser agasajos y aplausos, es siempre algo que distrae de los quebrantos domésticos.
La posibilidad de, haciendo la competencia a empresas francesas y alemanas de enorme envergadura, vender 'nuestro' submarino a la potencia emergente que es India, un país clave en los BRIPAC, un interlocutor con todas las partes en conflictos, la nación más poblada del mundo, superando a China (1.441 millones de habitantes, frente a los 1.425 de China), no solamente tiene connotaciones económicas altamente interesantes: supondría para España una operación de imagen muy notable, la demostración de que la industria española, de la que los S80 son una prueba muy sensible, está en auge. España, siempre lo afirmamos muchos, es un gran país, del que sentirnos orgullosos. Lástima que, por decirlo suavemente, no siempre esté del todo bien gestionado.
Porque, mientras, con todos sus claroscuros, la política exterior marcha en algunos frentes, que no en todos, la política interior se degrada de día en día: alguna vez he escrito que no sé ya qué tiene que ocurrir para que Sánchez, antes de que la situación se convierta en un barril de pólvora para él, convoque de una vez elecciones generales. Este domingo, los periódicos poco afectos a La Moncloa publicaban titulares como "los españoles ven el final de ciclo", "dos de cada tres ciudadanos piden elecciones si no hay Presupuestos" o insertaban fotografías de Pedro Sánchez en actitud amistosa con Víctor de Aldama, el hombre que está en el centro del 'caso Koldo' entre otras cosas, una imagen demostrativa sin equívocos de que el presidente del Gobierno se llevaba muy bien con el presuntamente muy corrupto personaje, inserto en todas las tramas, la de Begoña Gómez incluida.
Además, los propios medios considerados más o menos afines al inquilino actual de La Moncloa no pueden disimular su inquietud ante las repercusiones que, sobre el principal aliado del Gobierno, es decir, Sumar, va a tener el pringoso 'caso Errejón', que llega en un momento de extrema debilidad para la formación aglutinada no hace ni tres años por Yolanda Díaz, que inexplicablemente se halla de viaje oficial en Colombia, con la que está cayendo; eso sí que puede considerarse ahora una huida. Y, por si le faltaba algo, cunde la sensación de que el congreso de Junts, la formación ya oficialmente liderada por Puigdemont, se ha decantado por una línea de considerable hostilidad hacia el 'socio español', es decir, el PSOE.
Puede que Sánchez venda bien las fotografías del abrazo con Modri, que es uno de los personajes más influyentes del planeta; puede que esta semana se escabulla de esas desgastantes sesiones de control parlamentario al Gobierno, donde recibe preguntas que son como disparos a los que él jamás contesta adecuadamente. Pero él sabe que, con noviembre, se inaugura un mes agónico más, el mes que él pensaba que, con la celebración del congreso federal del PSOE, iba a ser triunfal. Se están torciendo, eso parece muy claro, sus designios. ¿Qué hará cuando ya no tenga submarinos que vender, si es que los vende?