Salvo sorpresas, todo apunta a que el PSOE y sus socios vuelvan a gobernar en España, a pesar de que el PP tenga el encargo real de formar el nuevo Ejecutivo como ganador de las elecciones generales. Pero, como es sabido, no sirve ser el partido más votado, sino conseguir más apoyos que tu adversario en la Cámara Baja para obtener los escaños suficientes que te faculten para dirigir el destino de todos los españoles.
Tampoco vamos a negar las ventajas que ofrece la pluralidad parlamentaria, que de manera indefectible pone en valor la grandeza democrática. Sin embargo, esta aconsejable diversidad muestra su cara más oscura cuando flirtea demasiado con el límite de lo que establece la Carta Magna.
Si la consecuencia de todo ello es ahondar en la desigualdad ciudadana en función del territorio donde se resida y la certificación institucional de que no todos los españoles somos iguales ante la ley, las reglas del juego carecen entonces de la equidad y del sentido de justicia social que deben primar en cualquier sistema democrático.
La reciente reivindicación del lehendakari, Iñigo Urkullu, de "reinterpretar" la Constitución Española de 1978 para crear un nuevo modelo territorial es una punta de lanza más para aupar al País Vasco, Cataluña y Galicia en detrimento de las demás. La literalidad de esas palabras no evidencia otra cosa que la egoísta petición de lograr más beneficios para esas tres comunidades históricas a costa del conjunto. O sea, ¡aún más beneficios! Todo un despropósito que, una vez más, se pone sobre la mesa de la negociación de un gobierno nacional que, como tal, debería actuar bajo criterios de equilibrio y convivencia entre todos.
Castilla y León es una de las comunidades que más puede alzar la voz en contra de las desigualdades territoriales que se avecinan. Por historia, por conocimiento y por convencimiento. Y porque el escenario político que se dibuja exige, precisamente, un David contra un Goliat que ponga freno a la confrontación.
No parece nada justo utilizar en una negociación la supuesta debilidad de unos frente a la arrogancia de unos pocos. Así, sólo podremos tener un gobierno viciado con pies de barro.