«En la mina primaban la solidaridad y el compañerismo»

Carmen Centeno
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Es de los que no saben decir que no y el primero en echar una mano donde haga falta. Lo tienen claro en Velilla y Guardo y son pocos los ámbitos en los que no participa

«En la mina primaban la solidaridad y el compañerismo» - Foto: Sara Muniosguren

A nuestro protagonista le conocen por Jose El Jotero, y es que formó parte durante más de quince años de la Asociación Folklórica de Velilla, hasta que esta desapareció. Ahora es quien custodia todos los trajes que utilizaban, de alto valor etnográfico. También participó en la Asociación de Coros y Danzas de Guardo. Claro que con él es difícil citar una entidad o un evento en los que no haya estado o de los que no forme parte activa. No conjuga jamás el verbo aburrirse, no sabe bien lo que significa estarse quieto y todavía no ha aprendido a decir que no cuando alguien demanda su ayuda.

Y quienes no conocen ese pasado  o tienen otro grado de confianza, le llaman simplemente Rodríguez, un apellido fácil de recordar que además  lleva por partida doble. Por cualquiera de esos nombres responde en sentido positivo. Porque le gusta colaborar, porque desde niño ha vivido ese espíritu de vecindad que pasa por encima de las diferencias cuando hay un problema o una necesidad que resolver. Y porque en la mina se empapó de una máxima profesional y vital: todos eran para todos, en los momentos buenos y cuando se producía un accidente y tocaba intervenir en el rescate o acompañar a las familias. «En la mina primaban siempre la solidaridad y el compañerismo; fue algo que me llamó la atención desde el primer momento».

José Antonio Rodríguez Rodríguez (La Riba -municipio de Cebanico- León, 1962) estuvo veinte años en el tajo y aprendió a echar los restos para sacar el carbón y lo mejor de sí mismo, en la confianza de que no iba a dejar tirado a nadie y de que tampoco le dejarían tirado a él si las cosas venían mal dadas. 

«Era duro, pero debo decir que yo había trabajado más hasta que entré en la mina que después y es que nacer en una familia de agricultores y ganaderos conlleva mucha faena cada día y te toca participar desde niño», enfatiza.

El primer día se puso el buzo, el casco y los guantes, se adentró bocamina adelante y cuando tuvo que bajar por un agujero estrecho, le asaltó por un instante la duda de si habría elegido bien su camino laboral, pero enseguida llegó a una galería amplia y bien posteada y ahí se acabaron los titubeos. Ni sufría claustrofobia ni vivía sumido en el miedo a los riesgos de la minería. Y es que sabía que allí «el problema de uno era el problema de todos».

Recuerda que a la gente del campo, como sus padres, la mina no les gustaba. Decían que se ganaba más dinero, pero había accidentes y muchos daban «en una mala vida porque se gastaban el sueldo en bebida y en otros vicios». Por eso no hizo gracia en casa su decisión, pero a José Antonio Rodríguez las faenas agrícolas y el cuidado diario de los animales se le hacía cada vez más cuesta arriba y se empeñó en cambiar de destino. «Tuve que esperar un año para entrar porque había muchas solicitudes, pero mereció la pena y es lo mejor que pude hacer; al principio iba y venía todos los días a casa; luego me quedé de pensión con mi primo y más tarde compré un piso», rememora. Esto último fue posible no porque su sueldo fuera muy alto, sino porque no pedían entrada y lo que tenía que pagar cada mes era menos que en la pensión.

Y en Velilla del Río Carrión sigue, aunque dejara la mina hace muchos años -«la prejubilación nos dio vida, si no estaríamos en el cementerio criando malvas»- y esté definitivamente jubilado desde 2017. Ahí está su casa, ahí formó su familia -está casado y es padre de dos hijas, que ya no viven en el pueblo-; ahí se hizo el huerto, ahí están sus amigos y ahí tiene un sitio propio.


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